Editorial de Generación Romero del 10 de abril de 2020
“Es cierto que me he andado yo por El Jicarón, por El Salitre y muchos otros cantones; y me glorío de estar en medio de mi pueblo y sentir el cariño de toda esa gente que mira en la Iglesia, a través de su obispo, la esperanza.”
Homilía del 25 de septiembre de 1977
Desde el 14 de marzo, El Salvador se encuentra en estado de emergencia nacional a causa del coronavirus. Desde ese día, el Ejecutivo puso en marcha un conjunto de medidas que combinan acciones necesarias que respaldamos, como la cuarentena nacional y el distanciamiento social, con otras decisiones que parecen obedecer a un perverso libreto de comunicación política. Parte esencial de ese escenario son el manejo alarmista de las cifras de víctimas mortales en otros países, una supuesta “progresión matemática” de los casos de contagio por el virus en El Salvador y un presupuesto de miles de millones de dólares.
Ha hecho mucha falta una voz sensata que proporcione información fundamentada y práctica, que le dé tranquilidad a la población, que facilite el cumplimiento de las medidas de aislamiento y cuarentena. Contrariamente, hemos escuchado un discurso que estimula el pánico y reafirma la tendencia autoritaria del Ejecutivo, evidente desde el 9 de febrero, con la intervención militar de la Asamblea Legislativa.
En este contexto de incertidumbres y miedos, la voz profética de Monseñor Romero nos guía. Comenzamos con esta publicación nuestro aporte a la reflexión crítica de la realidad salvadoreña. Periódicamente, publicaremos un texto editorial, comentando los acontecimientos que marcan la agenda nacional.
Ante todo, partimos de una necesidad urgente en nuestros días: recuperar y fortalecer la esperanza. “Todos los mártires viven por causa de la esperanza, pensando porfiadamente que otro mundo es posible. Coherente con estas reflexiones, me atrevo a decir que el beato Monseñor Romero es un mártir de la esperanza. Lo es para los pobres del continente, para los que luchan por la justicia, la reconciliación y la paz, quienes, con cariño renovado, lo llaman San Romero de América”, expresó el cardenal delegado por el papa Francisco, Ricardo Ezzati, en el 2017 en la misa del centenario del nacimiento de nuestro profeta. La voz de San Romero es voz de esperanza.
La cuarentena obligatoria terminará, si se aprueba la reciente petición del Ejecutivo a la Asamblea Legislativa, el 28 de abril. Completaremos un mes y medio de encierro, y más allá de las críticas al manejo político, sanitario, económico, social y comunicacional que el Gobierno ha dado a la emergencia, la pregunta más importante sigue sin respuesta: ¿qué pasará con la población más vulnerada, la población que debe salir a la calle día con día para sobrevivir?
Esta semana, el filósofo alemán Jürguen Habermas afirmaba que la incertidumbre que sentimos en este momento de aislamiento se relaciona no sólo con hacer frente a los peligros de salud, sino también con las consecuencias económicas y sociales, que son completamente imprevisibles. De momento, afirma Habermas, no hay ningún experto que pueda evaluar con seguridad cuáles serán esos efectos. No obstante, sí podemos saber quiénes serán los más afectados negativamente. Serán los sectores de la población mundial más desprotegidos: población sin empleo formal, población sin servicios sociales, personas migrantes indocumentadas, poblaciones indígenas, en definitiva, las poblaciones con menos recursos y menos oportunidades.
Por esa razón, es indispensable superar los intereses particulares y los intereses electorales para comenzar a prever las consecuencias que deberá afrontar nuestra sociedad después del embate de la pandemia. Debe reducirse al mínimo el desajuste en las finanzas públicas y debe evitarse la profundización de las desigualdades sociales.
Esto exige frenar las medidas improvisadas, demagógicas e injustificadamente caras. Deben construirse soluciones bien planificadas, pensadas para impulsar la economía desde la gran base informal y microempresarial hacia adelante, midiendo cuidadosamente los costos que deberá asumir el país, tratando de suplir de una vez por todas las carencias que provocan mayor vulnerabilidad: la falta de agua; la falta de un sistema público de salud bien organizado, coordinado y financiado; la falta de un sistema de previsión social que garantice el bienestar de la gente mayor.
La extensión por otros quince días de la cuarentena preocupa a los sectores más desprotegidos, puesto que el bono de 300 dólares aún en proceso de entrega (con graves errores operativos) se agotará para esas fechas. ¿En qué medida después del 28 de abril el país reactivará su vida productiva y comercial?, ¿qué nuevas medidas implementaría el Gobierno para evitar más daños?, ¿se privilegiaría a la gran empresa o a la economía de a pie?
Con Monseñor Romero, encendemos hoy la luz de la esperanza. No podemos quedarnos de brazos cruzados ante las realidades injustas. Debemos construir nuevos modos de organización popular que ayuden a sanar a nuestra sociedad enferma de individualismo, acumulación de riqueza en pocas manos, violencia y destrucción de la naturaleza. No estamos huérfanos de ideas ni de luchas. El pecado estructural, que es la injusticia social ejercida deliberadamente para sostener el statu quo, sigue vigente. El llamado de Monseñor Romero a “cambiar de raíz todo el sistema” debe ser hoy nuestra mayor consigna. A más oscuridad, más esperanza.
Movimiento Generación Romero